Christopher Nolan ha sabido compaginar como nadie sus inquietudes de autor con los intereses de la industria y ha conseguido que El caballero oscuro se alce como la bandera de una incipiente tendencia del nuevo Hollywood: el arte no está reñido con el entretenimiento.
Si con Batman Begins, Nolan se apartaba completamente de la línea caricaturesca trazada por Joel Schumacher, con esta última cinta ha llegado a un punto de no retorno en donde no existen héroes, sino personas en continuo conflicto que se ven empujadas a actuar de una forma u otra según las circunstancias.
Batman ha madurado y ha aceptado el rol que ha de ocupar. El símbolo se ha hecho con Bruce Wayne, quien se convierte en la máscara del murciélago aceptando los sacrificios que ello conlleva.
En el film, los conflictos internos de los personajes no hacen más que salir a la luz condicionándoles, y en muchas ocasiones es difícil distinguir lo que separa al héroe del villano. La ilustración más clara de esto la encontramos en el personaje interpretado por Aaron Eckhart: el fiscal del Distrito Harvey Dent.
Batman por su parte se enfrenta a su antítesis encarnada por Heath Ledger. A lo largo de toda la película se aduce a la lucha moral en la que está envuelto el personaje de Christian Bale, sus límites, su condición de símbolo más allá del héroe y sus principios. El dilema está en dominarse y no dejar que desaparezca su humanidad, pero para derrotar al Joker ha de renunciar a sus principios.
La cantidad de vertientes morales y éticas que se plantean en El caballero oscuro, ahondan en el interés de Nolan en la psicología de los seres humanos.
Si a la complejidad narrativa que suponen todos estos temas se le añade una atmósfera siniestra y oscura, llena de matices; el resultado es una obra difícil de digerir para el gran público. Eso sin contar con el hecho de que el villano del film resulte ser un monstruo aterrador que a pesar de ser un payaso, no hace ninguna gracia.
El Joker consigue incomodar desde un principio. Su falta de motivaciones materiales, hacer el mal por diversión y el sentimiento del caos como único orden realmente justo, causan un fuerte desasosiego y malestar entre el público. Heath Ledger logra provocar una gran contradicción entre los espectadores: su personaje atrapa y embauca, pero al mismo tiempo causa mucha inquietud.
Para contrarrestar todo esto y acercar el film a la gran masa, las dosis de acción en El caballero oscuro no faltan. Incluso podría decirse que sobran minutos de explosiones para el tono que lleva la cinta. Además, se dan algunas licencias de cine familiar, como niños jugando a disparar cuando aparece Batman, que bien se las podrían haber guardado.
Otro hecho curioso es la falta de sangre, algo especialmente apreciable en la primera secuencia de la película: a pesar de la multitud de disparos y muertos no se ve ni una gota o mancha en los muertos y heridos. Una cosa es no caer en lo morboso y otra disparar con fogueo. Ni tanto ni tan poco.
En relación a las interpretaciones hay poco que decir, Nolan y la Warner han vuelto a ir sobre seguro confiando en el plantel de la anterior entrega: Gary Oldman, Morgan Freeman, Michael Caine y Christian Bale. Un seguro de vida.
La novedad en este aspecto ha sido la sustitución (para bien de todos) de Katie Holmes por Maggie Gyllenhaal, quien hace un papel decente pero que se queda por debajo del resto del plantel. Mientras que en determinadas escenas sale airosa, en otras está un tanto descafeinada.
La gran atracción, sin duda, es deleitarse con la actuación de Heath Ledger, que se come la pantalla cada vez que aparece. La pega es que da la sensación de que está desaprovechado. En la primera parte del film (más centrada en el drama y el thriller), apenas tiene relevancia, pero una vez que llega su turno, se convierte en el centro de todas las miradas.
De ser nominado al Oscar tiene todas las papeletas para llevárselo. Lástima que por motivos equivocados.
Atención también a alguno de los cameos que se suceden en la película.
El caballero oscuro es un auténtico ejercicio de realización que convence a todos sin renunciar a su esencia. El tiempo dirá si está sobrevalorada o no.