Terry Gilliam, fiel a su particular estilo, adapta la novela homónima de Hunter S.Thompson trasladándonos a una de las épocas más convulsas de la reciente historia americana a través de un prisma en el que realidad y ficción se confunden irremediablemente.
Dentro de esta peculiar crítica, es reseñable el desvarío en el que Johnny Depp ve a sus colegas periodistas como si fueran reptiles.
El film se mueve de forma, a priori, poco coherente. Se suceden imágenes y situaciones sin aparente lógica que llegan a confundir al espectador, llevadas a un ritmo muy alto que no concede tregua alguna. Así se nos acerca más a la percepción que tienen los personajes sobre lo que les rodea.
Aquí cobra importancia la pareja protagonista: Johnny Depp y Benicio del Toro, quienes se pasan toda la película intercambiándose los roles de buenas a primeras. Sus personajes son exageradamente histriónicos y compulsivos. Violentos y perdidos que producen cierta indignación y rechazo en el público, el cual ni se inmutaría ante sus posibles desgracias.
Cameos como los de Tobey Maguire o Christina Ricci son igualmente reflejo de una sociedad enferma y superficial.
Miedo y asco en Las Vegas es un arriesgado delirio que toma las drogas y sus efectos como hilo conductor, haciendo de ésta, una cinta de difícil comprensión y entendimiento más allá del simple morbo o atracción que generalmente producen las películas que se adentran en el campo de la drogadicción. Este es quizá uno de los mayores hándicaps del film de Terry Gilliam: el que uno no se moleste en profundizar y sólo se quede con las gracias de un par de drogadictos que van a hacer unos reportajes en Las Vegas.
No hay que llevarse a error y pensar que se trata de un film de dos “colgaos” y su adicción. Para eso ya hay otras tantas películas. Miedo y asco en Las Vegas es toda una metáfora acerca de una sociedad en un momento histórico marcado por ideas y realidades contrapuestas.
Una sociedad y problemas que bien podrían trasladarse a esta época.
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