No pretendemos hacer aquí comparaciones, pero si en El Caballero Oscuro del sobremitificado Nolan (pues todos sabemos que gran parte del éxito de la película es gracias al montaje y no a su astucia mediata) consigue alejar a la figura de Batman del cómic, de las cabriolas y de esas pantomimas en pro del realismo y de las tramas realistas y políticas, en Viernes 13 parte 7 ocurre todo lo contrario. John Carl Buechler abandona el hiperrrealismo rural que caracterizaba a las anteriores entregas y se las ingenia para introducir al asesino Jason en el universo del cómic enfrentándolo contra un némesis inesperado. Tina, una chica con poderes telepáticos y capaz de mover las cosas con la mente. Algo así como la respuesta de los ochenta a la Carrie que conocimos de la mano de Brian de Palma, pero ahora modernizada y rubia para la ocasión.
"Si creíais que el maquillaje churretoso del joker era bueno, mirad esto.
La polla, ¿eh? Sobran las palabras"
“El traje de Batman en el caballero oscuro era un poco mierda. Mirad, en cambio, el de Tina... Sutil pero contundente. elegante pero versátil Tina, toda una tía".
Son muchas las virtudes que demuestra este viernes 13. Desde ese prólogo arrebatador en que asistimos al origen de los poderes de Tina que tras provocar (sin querer) la muerte de su borracho padre asumirá el destino del héroe (ya sabéis frases como:"todo poder conlleva a una gran responsabilidad" o "mueres como un héroe o vives lo suficiente para haberte convertido en el villano"), la inclusión de todo un reparto a las alturas de las circunstancias (quien puede olvidarse de Jimmy, ese personaje fan de star treck) hasta el enfrentamiento final con Jason. Enfrentamiento repleto de dobles lecturas, en el que Jason ya no es solo un vulgar asesino sino que consigue elevarse a la poética metalingüística al representar el sentimiento de culpabilidad de Tina por la muerte de su padre. Porque no nos engañemos, aquí el Jason, al igual que hizo Nolan con su Joker, no se limita a representar la villanía. Este Jason es la culpa, el remordimiento y la debilidad humana en pura forma oxidiana. Es el ojo del huracan que nos mira y nos señala a todos por el patetismo que representamos. Todo puede resumirse en una parafrasis: "Instaura una pequeña anarquía, altera el orden establecido y comenzará a reinar el caos". Jason es un agente del caos, y lo que tiene el caos es que es justo.
Estamos ante el primer Jason justo de la historia.
Todo esto deriva en una conjunción de emociones en el tramo final, en el que el escenario, el consabido lago, sirve de metáfora para la dialéctica entre Tina y Jason. Su enfrentamiento no sólo tiene cabida en la realidad objetiva sino que al ser reflejado por las aguas pantanosas de Cristal Lake tiene repercusión en el otro lado del espectro, creando así un espejismo distorsionador con tintes oníricos.
Cabe destacar la asombrosa intervención de Jason en esta secuela interpretado por un espléndido Kane Hodder. Muchos pensaban que la elección del actor para interpretar a Jason no era la acertada. Algo similar a lo que ya le ocurrió a Michael Keaton en el primer Batman en la que una legión de fans sin agallas proclamaron que fuera sustituido de inmediato. Sin embargo, el trabajo de Hodder en este secuela no deja lugar a dudas: es sencillamente brillante. Hodder se las arregla para confeccionarnos a un Jason más elegante y refinado. Por vez primera percibimos que sus actos esconden un subtexto, una sobrecarga de dramaturgia cinéfila, una miga de psicología. Un Jason que no se limita a ser una serie de concatenaciones perversas de maldad. Al terminar de ver este filme a uno le dan ganas de conocer un poco más a este Jason y no deja de preguntarse, ¿dónde había estado este personaje en las anteriores secuelas?
En definitiva, una peli de terror digna de los mejores relatos de Adrian Mellón o de Alonso Curvelo, que no dejará indiferentes a aquellos que quieran ver algo más que una peli de lagos y de máscaras con agujeros.
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