Al estilo de otros filmes suyos como Melinda y Melinda, Allen se acerca al tema del amor como sólo el sabe, a través de la comedia con un cierto halo de tragedia que envuelve a todos sus personajes.
Uno de los encantos de Vicky Cristina Barcelona es el convertir a la ciudad condal en un personaje más; recorriendo sus calles y embriagándose de ella. El problema radica en que tal embriaguez termina sentando mal, convirtiéndose la película en una especie de guía turística de la ciudad.
El otro de los puntos fuertes del film es la dupla Bardem – Cruz. A pesar de nadar entre toda clase de tópicos y clichés, el oscarizado Javier Bardem se desenvuelve de maravilla en la piel del pintor español, seductor y bohemio. Por su parte, la aparición de Penélope Cruz es explosiva; le da un nuevo enfoque a la cinta y se come la pantalla con cada intervención. Las improvisaciones que hacen ambos mientras discuten en castellano son formidables.
La que no sale bien parada es Scarlett Johansson, quien parece sosa y desganada. El personaje de Cristina es más que intrascendente. Rebecca Hall en cambio, tiene chispa, pero da la impresión de que su personaje (Vicky) ha sido desaprovechado por completo.
Estos desequilibrios entre los personajes se traducen en un ritmo un tanto irregular: de un quiero y no puedo con Vicky, pasamos al torbellino de María Elena que justifica el tiempo empleado en ver la película, para seguir con la desdibujada Cristina. Y así a lo largo de la película.
Con un desenlace al más puro estilo Allen, Vicky Crisitna Barcelona deja un sabor agridulce en el espectador: acaba con una sonrisa en la boca, pero con la sensación de que falta algo.
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